
De construcción clandestina a comunidad donde “están los millones”
Por Coral Negrón Almodóvar
A mediados del siglo pasado, cuando Manuel “Lulo” Rivera, de 84 años, llegó al espacio que al presente se conoce como sector La Playita, en San Juan, allí solo había agua. “Esto era una laguna completa, de aquí llegaba cerca de la Avenida Baldorioty de Castro”, señaló el hombre que, a pesar de prohibiciones gubernamentales, erigió un hogar en la zona porque precisaba de un techo. La situación económica del País lo obligó a establecerse allí, un punto céntrico del área metropolitana donde iniciaba una masiva construcción clandestina.
Del comienzo de esa transformación citadina ya han pasado 65 años, pero el natural de Ciales, quien llegó hasta cuarto grado de escuela elemental, lo recuerda como si hubiese sido ayer. Además, en su vocabulario refleja la proximidad al cuerpo acuático. Sus metáforas y expresiones conversan con el agua, aunque no está al tanto de varias situaciones de la zona. Es por ello que estuvo dispuesto a platicar sobre la transformación del lugar como parte de un proyecto de historia oral sobre la “ciudad de las aguas”, del Estuario de San Juan. La entrevista se da en el contexto del cercano inicio del dragado del Caño Martín Peña y con la Laguna Los Corozos, en la parte posterior de su casa, repleta de basura.
Don “Lulo” Rivera, pionero en construir sobre un cuerpo de agua en San Juan, en diez a fondos.
Nace una comunidad: “Nosotros empezamos construyendo puentes en madera. Las casas las construíamos cuando casi era de noche porque aquí no dejaban construir. Todas estas casas se construyeron de esa forma. Hacíamos los puentes en madera y por allí caminábamos cuando subía la laguna. Había que doblarse los pantalones hasta acá arriba; se elevaba el agua casi hasta la cintura. Nosotros comenzamos a rellenar todo esto con camiones de relleno que traía la gente”.
Vence la resistencia del gobierno local y federal: “Hasta Doña Felisa nos ayudó. Ella vino y dijo ‘si ya necesitan esto, que traigan los caminos de relleno’, y seguimos allí hacia delante. Antes eran casas en madera, aquí no había nada. Éramos clandestinos. Yo pagué una multa aquí. Me topé con el juez Sánchez Lorenzi, quien no se casa con nadie. Aquella cara que me puso…pagué diez dólares. El juez le preguntó al sargento si ya yo había terminado la casa, y él le dijo que sí. Eso me ayudó. En aquel entonces los asentados eran personas cooperadoras. Hacíamos las casas en la noche porque si venía la Policía y la encontraba sin terminar, la tumbaba. Si encontraban a uno en un ‘mattress’ durmiendo no lo tocaban, pero tenía que pagar una multa”.
Solidaridad y conformidad: “Nosotros nos reuníamos mucho. Le ayudábamos a las personas y ellos nos ayudaban a nosotros. Una vez teníamos una casita le dábamos paso a otro para que construyera. Entre todos construimos ayudándonos mutuamente. Yo no me quejo de esto aquí…me siento bien. Todo lo he hecho bien. He ayudado a mi familia…estamos vivos y eso es lo importante”.
Desconocimiento de la zona: “Todo esto es lo mismo. Se conoce por Laguna San José. Este cuerpo de agua es el mismo de aquí a allá. Nosotros viajamos todo eso trabajando con aires acondicionados, puertas y ventanas. Yo trabajé dieciocho años en el San Juan Hotel y me jubilé con la edad necesaria y el seguro social. Pero le digo, esta laguna sigue por allí para abajo y todas sus partes tienen el denominador común de agua contaminada. Si vamos a analizar, Puerto Rico está contaminado completo”.
Enajenación de iniciativas gubernamentales: “Sinceramente lo único que sé del municipio es que nos dieron unos pedazos de madera. Agradezco porque todo lo que llegue y sea de beneficio vale la pena. Eso fue cuando el Huracán Hugo más o menos. Yo soy tímido para pedir esas cosas. Cada vez que voy allá me dicen que no hay. No sé. Aquí hubo una inundación que el agua llegó acá arriba (señala su cuello). Fue cuando estaba Santini. Él nos dio $300. No me lo esperaba, pero eso no hay que decirlo, me impresioné y los cogí. Creo que la inundación fue producto de un descuido de la bomba. Eso fue tremendo”.
Rechaza la nueva junta comunitaria: “Cuando hay esas reuniones es bueno porque allí se plantean los beneficios que habría si mejora la calidad de agua, pero no sé, de estas cosas se habla, pero no se cumple…yo me salí de la organización porque hay muchas cosas que no me gustaban. Si uno tiene ideas entre todos deben unirse y discutirlas”.
“Libre de culpa” el sector La Playita: “Ahora mismo hay dos bombas de aguas negras en la Baldorioty. Eso es contaminación. Hay una bomba cerca de aquí y otra que viene de allá arriba. Como eliminaron unas bombas que habían que tiraban el agua a la playa, cogieron una bomba y la pusieron allá arriba. Esa bomba saca toda el agua de Condado, pero la tira a la laguna…en esto la contaminación más grande la tiene el Caño ese de Martín Peña donde el agua no tiene salida. Al no tener salida contamina esto aquí. Si el Caño estuviese dragado no habría contaminación porque el agua correría hasta el mar. Aquí se han hecho limpiezas. Han venido máquinas y han sacado todas esas algas. Dejaron esto limpiecito no hace mucho, pero siguen tirando basura allá en el Caño y construyendo sin pensar en los resultados que podía tener eso. Tiraron basura, carros, neveras y medio mundo y esto sigue así. Eso no es que la tiran de aquí. Eso es que viene de allá porque el agua no tiene por donde salir. Hay que dragar eso. Dicen que en el 2016, vamos a ver. Eso lo va a hacer un cuerpo de ingenieros de Estados Unidos, los chavitos se los llevan”.
Inclusión de centros académicos en la comunidad: “Yo diría que eso vale la pena, pero hay mucha gente que es incorregible…el que estudia aprende. Para uno ser un profesional, un doctor, un abogado, todo eso, tiene que estudiar. Hasta la fecha no me quejo. Habrá sus cosas malas, la droga, eso está donde quiera. Pero hasta la fecha nadie se ha metido conmigo en los años que tengo aquí, ni con mi familia. Somos una familia que respetan mucho”.
Vive día a día: “Yo estoy alquilando una casa y eso me ayuda con los gastos. Yo vivo del seguro social y hay medicamentos que a veces hay que comprar. La doña está de una manera que ya no se levanta para nada. Ella está en esa cama acostada todo el tiempo… Yo dejo de comprar cosas para comprarle lo que la hace falta, los “pampers”….Le doy gracias a Dios que estamos vivos y que estoy haciendo una obra que es muy buena. Vamos para adelante sin cogerle miedo a la orilla”.
El futuro del sector: “A la larga esto desaparece porque esto es muy importante aquí. Esto vale demasiado dinero. Está en el mismo medio del área metropolitana. Aquí es que están los millones. Ellos pelean por esto aquí. Y como es fácil, nos tasan las casitas por un poquito y qué vamos a hacer. Hay un sitio allí que se llama Los balcones, en Río Piedras, frente a Monte Hatillo. Esta gente les pagó unos chavitos a mis sobrinos y se fueron allá. Ahora se lamentan porque aquellas casas se mojan todas, un chorro de agua por todas las esquinas. Al primero que entrevistaron fue a mí, fueron allá a mi casa. Yo no le iba a decir no porque a los entrevistadores hay que atenderlos, ellos no buscan lo peor para uno, están buscando lo mejor. Yo le dije que no me iba. Le tiré que si yo conseguía una parcela, entonces. Ellos me dijeron ‘vamos a ver lo que se puede hacer’. Quedamos en eso y no me fui”.
Sentido de pertenencia a medias: “No diría que la comunidad es mía. Si vamos a analizar lo mío son las estructuras. No puedo decir que el terreno es mío”.
Nota: Este escrito es una versión resumida de una entrevista en profundidad que formará parte de un libro a producirse por el cuerpo ejecutivo del Estuario de San Juan. Este trata sobre la vida en la “Ciudad de las Aguas” y fue parte de los trabajos del seminario “Retratos: la entrevista creativa y en profundidad”, requisito de la maestría en la Escuela de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. El curso fue otorgado por el Dr. Mario E. Roche.
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