De la sombra a la luz: dan voz a las mujeres dominicanas en Puerto Rico víctimas de violencia
- Fecha 05/07/2023
Por Mario Alegre Barrios
“SUELTAS A LA NIÑA o las mato a las dos”, dijo el hombre con machete en mano y una voz en la que no había el menor trasunto de duda. Ante la amenaza, la joven mujer tuvo que dejar a su hija en la cama y desparecer durante medio siglo. Eso ocurrió una mañana de hace muchos años en Yauco. Aquella niña —Isabel— con el tiempo se convertiría en la abuela de Elithet y —su historia— en catalizador de la vocación de su nieta por ser trabajadora social, sobre todo para atender a mujeres víctimas de violencia.
Catedrática asociada de la Escuela Graduada de Trabajo Social Beatriz Lasalle y codirectora del proyecto SiempreVivas —en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico— la doctora Elithet Silva Martínez rememora aquel episodio que Odette, su madre, le narró, mientras conversamos sobre los antecedentes del libro “Narrativas de lucha: mujeres inmigrantes y violencias de género en Puerto Rico”, coeditado por ella en comunión con las profesoras Romelinda Grullón, Noelia Delgado Rodríguez y Delia Figueroa Ocasio y publicado por la Editorial de la UPR y la Editorial Isla Negra.
Oriunda de Yauco, Elithet supo desde niña que quería trabajar con comunidades, lo supo incluso desde antes de saber el nombre de ese oficio, gracias a Eliazar, su padre, maestro con la vocación también de trabajar para la gente, como parte de su fe -cristiana- que llevaba a su hija a espacios donde nadie quería ir —la pequeña incluida— porque transpiraban el olor de la pobreza y la desesperanza, como el barrio Los Sitios, en Guayanilla, con adictos a quienes don Eli daba dinero, sin preguntar si era para pan o para droga. Elithet tenía entonces no más de 6 años y su padre le pedía que cantara para los enfermos, sin importar si entonaba o no, “porque lo importante era la presencia”.
Aquellas vivencias —y el reconocimiento ya más adulta de la historia de su abuela y el de otras mujeres como ella misma— acabaron por cincelar su vocación por el trabajo social y su presencia con la gente a la que nadie quería, la marginada, los pobres, los adictos, las prostitutas, que se revelan como personas cuando se les miraba a los ojos y en ellos asomaba su vida y tragedia, su muda necesidad de afecto y del abrazo, de la palabra cálida y de esperanza.
Elithet se emociona, se le humedece la mirada y le tiembla un poco la voz mientras evoca esos antecedentes. Muchos años después, ya mientras estudiaba su bachillerato en la IUPI, pudo entonces nombrar su propia historia sobre la violencia de género.
—Por eso haber hecho este libro desde la universidad es vital, porque me empecé a nombrar a mí misma con honestidad y certidumbre, acompañada por mis profesoras y compañeras, y de esa misma manera acompañar a mi madre y a mi abuela, que no conoció a su madre sino hasta cincuenta años después —asevera—. Tuve entonces conversaciones muy sanadoras con ellas, especialmente con mi abuela, quien ha sido una sobreviviente y una maestra”.
Cuando empezó a trabajar sobre el tema de la violencia contra la mujer, Elithet supo de muchas otras historias similares, cada una con sus particularidades obvias, pero vinculadas por el común denominador del machismo a ultranza en el que la violencia es parte fundamental.
Luego de trabajar en la Procuraduría de la Mujer, con María Dolores Fernós —un referente muy importante en su carrera— y estudiar su doctorado en la Universidad de Iowa, Elithet regresó en el 2009 al Recinto de Río Piedras de la UPR como profesora y comenzó a escribirse la historia que culminaría en “Narrativas de lucha: mujeres inmigrantes y violencias de género en Puerto Rico”, cuya génesis ella describe como una “epifanía colectiva”.
—Siempre he concebido a la IUPI como algo muy vinculado a las comunidades que la circundan y en la que hay una gran cantidad de inmigrantes dominicanos —comenta—. Y entonces en el 2010 comencé a trabajar con el Centro de la Mujer Dominicana, estimulada por el afán de adelantar los derechos de la mujeres dominicanas en Puerto Rico, que sufren desde su propia tierra los efectos de una violencia muy trágica que suele perpetuarse cuando llegan a Puerto Rico como migrantes sin documentación.
Recuerda que en aquel entonces lo primero que preguntó fue sobre las estadísticas de casos de violencia contra esta población. Con perplejidad supo que no se sabía porque ese registro no se llevaban que se sabía el número de los casos de violencia de género en Puerto Rico, pero no cuántos eran contra mujeres inmigrantes de la República Dominicana. El Centro solo sabia de los casos que llagaban hasta ahí con historias desgarradoras y que solo en eso quedaban, en la invisible tragedia congelada en el tiempo e incrustada sin remedio en la piel y en la memoria de las víctimas. En el Centro sabían que querían contar esas historias —quizás escribirlas— como una manera de sanar sin olvidar, de dar visibilidad, de exorcizar, de perdonar, en fin, de seguir viviendo.
—Lo deseaban pero no sabían cómo —dice Elithet—. Tenían las historias, las vivencias, los casos y la rabia de ir al tribunal por una orden de protección y lo único que conseguían era que la policía las detuviera porque eran “ilegales”. Había también la esperanza de verse a si mismas libres de esa violencia y ese estigma.
En esas primeras reuniones en el Centro lo que hubo no fue otra cosa que “un encuentro de saberes”, afirma.
—Comenzamos con una base de datos alimentada por el trabajo de estudiantes de la IUPI —comenta—. Nadie quería que eso derivase en un libro escrito por una sola persona luego de obtener la información de esa base de datos, sino que fuera una obra orgánica con la resonancia de diversas voces. Y así pasó. Ellas aprendieron de mí y yo de ellas, quizá mas lo segundo que lo primero. Todas fuimos investigadoras y narradoras con las voces también de mujeres que nos dieron su testimonio.
El libro cuenta con un prefacio, escrito por el periodista dominicano —y mi amigo y exjefe en El Nuevo Día— Héctor Peña, quien asevera que “lo más importante de este diálogo sin fronteras entre sobrevivientes de las violencias de género, son sus narrativas de triunfo contra la adversidad; sus conclusiones convincentes sobre el amor propio; su evolucionada comprensión y defensa de los derechos que las cobijan en lo individual y en lo colectivo y la firmeza con la que hoy reclaman que, en todos los órdenes, se reconozca y respete su dignidad”.
Por su parte —en el prólogo— la doctora Irma Lugo Nazario— destaca que “este libro representa un esfuerzo investigativo interorganizacional y feminista entre las compañeras de la Escuela de Trabajo Social de la de la UPR, liderado por la doctora Elithet Silva Martínez y las compañeras que laboran en el Centro de la Mujer Dominicana, liderado por nuestra amiga y hermana Romelinda Grullón”, mientras hace énfasis en que la voces e historias que dan sustancia a este libro “nos dan fuerza para el reclamo de más y mejores servicios y para seguir trabajando por un sistema social, político, económico y cultural que honre los derechos humanos de todas las personas en esta sociedad”.
“Este es un esfuerzo —concluye— feminista y solidario muy necesario que es semilla para seguir trazando horizontes con mejores condiciones para todas y sus seres amados”.
Esta obra está disponible en las principales librerías del país.
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