
Yo-Yo Ma: admirable en la clausura del Casals
Por Cristian Arroyo
El cierre de la quincuagésima novena edición del Festival Casals conglomeró clásicos del siglo 20 y al virtuoso del violonchelo, Yo-Yo Ma, junto a la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, dirigida por Maximiano Valdés. La clausura se llevó acabo en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.
A diferencia de los conciertos previos del festival, la noche del pasado sábado, 14 de marzo presentó un repertorio más reciente pero sobre todo clásico. La audiencia disfrutó de una velada llena de notas sublimes, capaces de elevar y lanzar al vacío a la misma vez a todas las almas.
A continuación la descripción de las piezas que engalaron el cierre de la edición del Festival Casals de este año:
Cantares
Como de costumbre, el concertino de la orquesta, Henry Hutchinson salió a escena, afinó y dio paso a que el director Valdés comenzara la función. Acto seguido, la orquesta sonaba los primeros acordes de Cantares del compositor Carlos Carrillo. Una pieza inspirada en un texto bíblico del Cantar de los cantares. Fue un inicio que prometía una transgresión musical en la noche. Los matices presentaban una mezcla del Oriente Medio y unos sonidos que evocaban variadas sensaciones. Así las cosas, aquel deslumbrante escenario de luces blancas sonaba alto y claro la pieza de Carrillo, que culminó con un solo de violonchelo que, según el crítico musical Noel Torres Rivera, «representa la soledad del poeta al caer la noche sobre la ciudad».
Ese desenlace también auguraba lo que todos los espectadores esperaban con ansias: el violonchelista, Yo-Yo Ma. Sin embargo, lo mejor siempre requiere esperar, y el público no se mostró renuente a esa espera, siempre y cuando la orquesta les deleitara. Y los deleitó.
Los pinos de Roma
Consecuentemente, el director Valdés asumió su localidad y dirigió al colectivo en la pieza italiana de Ottorino Respighi, Los Pinos de Roma. Una composición de 1924, que se puede percibir como un poema sinfónico, lleno de belleza y de profunda descripción natural. La obra presenta cuatro secciones, que no van más allá de dibujar a través del sonido, un día en los encantos naturales de la capital italiana, Roma, del mediodía hasta el alba.
Ante el imperante silencio del público en la sala, la orquesta transmitió la dulzura de un mediodía infantil en el primer movimiento (Los pinos de la villa Borghese). De entrada en el segundo, la lucidez de la tarde, el sol y la transición al ocaso fueron protagonistas (Los pinos cerca de unas catacumbas). El reposo y la amenidad de la puesta del sol con el canto del ruiseñor, próximo a la noche se hicieron sentir en la tercera parte (Los pinos de Gianicolo). Y la resolución de la pieza de Respighi fue simple: la triunfante marcha de la alborada, que promete que el día que comienza puede ser mejor que el anterior (Los pinos de Vía Appia).
Los sonidos afines a un clavijero con el ritmo scherzo al inicio, combinados con la calma del arpa, las cadencias del piano y el clarinete en la tercera parte, culminaron con el poderoso crescendo de los vientos y las cuerdas. Combinación que logró la meta del compositor, mereció una ovación de pie y preparó al público para la cúspide de la presentación.
Antes de que el músico invitado, Yo-Yo Ma, hiciera entrada al escenario, los ujieres del teatro tuvieron que ubicar a las decenas de personas que por una razón u otra llegaron tarde al precinto, perdiéndose así, dos buenas obras musicales.
Tras el breve intermedio, la orquesta volvió a sus posiciones, el primer violín volvió a entonar, y el maestro Valdés entró junto al legendario, Yo-Yo Ma, que fue acogido de inmediato por la calidez de los aplausos, y también del teatro.
Yo-Yo Ma, Concierto para violonchelo
Ma, sonriente y dispuesto, tomó asiento en su estrado, a la izquierda del director, con el arco y su violonchelo bien agarrados. Y bastó la mirada para dar los primeros acordes de la obra del compositor inglés Edward Elgar, Concierto en Mi menor para violonchelo y orquesta, Opus 85. Una pieza que Ma conoce tan bien, que no le hizo falta leer alguna partitura musical en ninguno de los cuatro movimientos.
La dinámica entre el galardonado violonchelista, Valdés y el primer violín, Henry Hutchinson fue evidente desde el adagio del primer movimiento. Ma hacía ver fácil lo difícil. Su magistral ejecución era algo particular, que mantenía sonitontos y embelesados hasta a los mismos ujieres.
El concierto de Elgar es una pieza de cuatro movimientos, en la que los primeros dos y el último par se tocan ininterrumpidamente. Como estableció el compositor, el solista tiene la encomienda de interpretar dos recitativos que surgen en dos de los movimientos subsiguientes, y así lo hizo Ma con las señales de Valdés y las súbitas detenciones de la orquesta.
La obra, estrenada en 1919, es una combinación de nostalgia y pasión. Ese aspecto que resaltó en los resquicios de energía y sutileza del violonchelo, al que Yo-Yo Ma le sacaba las notas con suma pericia. El sonido nostálgico, etéreo de facto, era y es el eje principal del tema, que bien sostuvo el conjunto de violas de la orquesta. Esas cuerdas tuvieron sus momentos particulares en la transición al scherzo del segundo movimiento lento del trabajo de Elgar, con los fuertes pizzicati de Yo-Yo Ma. Fue toda una escena pintoresca y memorable.
Las transgresiones en los matices fueron la orden del día. Ma se dio a la tarea de que el rondó del concierto se hiciera sentir, y que al finalizar la pieza, el público sintiera ese regreso a la nostalgia que queda inconcluso. Así, culminó la ejecución de la obra elgariana, con una ovación prolongada por casi cinco minutos, hasta que Ma regresó al escenario y se dirigió al público.
«Es un honor tocar con esta orquesta […] Ahora quiero dedicarle esta pieza a mi inspiración, el maestro Pau Casals», dijo con humildad, leyendo la nota en español de un pedacito de papel.
Casualmente, el más prominente violonchelista de este tiempo tocó, la pieza del Canto de los pájaros, de su homólogo, quien lo inspiró, y cuyo legado se celebra anualmente con un festival que lleva su nombre, en el país que lo adoptó tras su estancia en Cataluña. De esa forma vive el legado de Pablo Casals y Ma sigue abriendo surcos en su envidiable carrera.
Acabó su presentación, con la escueta, pero linda ejecución del Canto, llevando al público a delirar con la melodía. Y a un público fraguado entre la tercera edad, la vida universitaria y donde abundaban también muchísimos anglosajones. Todos prendados con la chispa, la pasión y la maestría de Ma.
Etiqueta:Festival Casals, uprrp, Yo Yo Ma